Azorín visto por Juan Gil-Albert

Es prodigioso y cruel el olvido que se cierne sobre los escritores valencianos del siglo XX. Vicente Blasco Ibáñez es más conocido por dar nombre a una avenida de Valencia que por ser el autor de La barraca. No lo lee ni el Tato; Carlos Arniches es arqueología teatral; Gabriel Miró acumula polvo en las estanterías de las bibliotecas; Max Aub salió del ostracismo gracias al interés de la cultura oficial por rescatar su obra al comienzo de la democracia, pero ha vuelto adonde solía, a un relativo anonimato. Sobrevive Miguel Hernández, a cuyas cualidades innegables como poeta hay que añadir su militancia comunista, razón importantísima para mantener viva su obra. Otra excepción es el poeta Francisco Brines, quien gozó de cierta importancia en los últimos años de su vida, hasta el punto de recibir la visita de los Reyes de España en su casa de Oliva, cuando recibió el Cervantes poco antes de morir. Y sobre todo permanece Rafael Chirbes, uno de los cuatro o cinco novelistas más importa...