Un ladrón enamorado de España

Jean Genet (1910-1986) pertenece a la raza de escritores malditos. Fue novelista, dramaturgo y poeta. Su dedicación a la literatura la compaginó con la delincuencia y la prostitución. Conoció la cárcel en varias ocasiones. Nunca supo quién fue su padre; a los seis meses de nacer, su madre lo abandonó. El niño Jean recorrió el itinerario de las instituciones de caridad francesas. Ese fue el origen de su resentimiento contra la sociedad. Fue buen estudiante, lo que no le impidió cometer su primer robo a los diez años. Cuando ya era un autor reconocido pero seguía inclinado al delito, Sartre, Picasso y Cocteau firmaron un escrito impidiendo que fuese condenado a cadena perpetua.  

Pero la República francesa, que sabe distinguir el grano de la paja, al escritor de la persona, haciendo abstracción del pasado delictivo de Genet, le concedió el Premio Nacional de las Letras de Francia en 1983. El autor de Las criadas, enterrado en el cementerio de Larache (Marruecos), entró en el canon literario del siglo XX. Por estos lares apenas es leído, como cabía esperar. 

Su libro más importante es la novela Diario del ladrón, autobiográfica, publicada en 1949 por Gallimard. "La traición, el robo y la homosexualidad son los temas de este libro", escribe el autor. La homosexualidad es indisociable a la marginación del protagonista, el que se sabe un apestado desde su paso por la inclusa y se rebela contra las normas. Opone su inmoralidad a un mundo sin reglas. Cocteau escribió que Genet fue un moralista y un predicador. 

Diario del ladrón carece de la estructura de un diario, tampoco sigue un orden temporal. El protagonista, Jean, escribe en primera persona. Arranca con su reclusión en una cárcel francesa, donde "huele a sudor, a semen y a sangre", y después nos relata su vida de ladrón y chapero por distintos países -España, Bélgica, Holanda, Polonia y Alemania- entre los años treinta y cuarenta. España, debilidad de Genet, ocupa la parte principal en esta obra. 

Las mejores páginas de la novela coinciden con la descripción que Jean, trasunto del autor, hace de la Barcelona de 1932, de un Barrio chino encharcado en la podredumbre y la delincuencia, donde conoce al serbio Stiliano, que tiene la mano derecha amputada. "España estaba entonces cubierta de miseria con forma de mendigos", recuerda. 

Jean, que ama y teme a Stiliano, se alía con su compinche para sobrevivir entre ladrones, maricas y furcias (lo de 'maricas' y 'furcias' es textual; queda dicho para evitarme problemas con la Justicia). En el Paralelo conoce al gitano Pepe, luego acusado de asesinato, y se ve obligado a tener sexo con un carabinero. Conoce al mendigo Salvador, otro de sus amores. Viven en hoteles donde los piojos son "nuestros inquilinos". Jean mendiga, roba y se prostituye. Tiene el vigor y la irreverencia de la juventud. Hace del delito una obra de arte, semilla de este libro escrito con una prosa lírica y descarnada que alcanza cotas sublimes. "Hoy sé que lo único que me ata a Francia es mi amor por la lengua francesa...". (Algunos podríamos asegurar lo mismo cambiando lengua francesa por española.)

Diario del ladrón es espejo de la degradación de unos delincuentes en una Europa que apesta a violencia y desorden. Los nazis son los dueños del mundo, y Jean deja constancia de la ocupación alemana en Amberes. Hasta transcribe el Romance de la División azul. El protagonista entra y sale de la cárcel, conoce a más hombres -Lucien, Robert, Armand y Java- y los ama y desea con tristeza porque su amor es "siempre triste", y en ocasiones ese amor hacia sus cómplices nace "bajo el imperio de la ternura".

La roña, los piojos y las pensiones inmundas esconden un canto desolado a la belleza, "a la belleza de las épocas muertas o moribundas". El narrador se pregunta: "¿Cuándo estaré en el corazón de la poesía?". Porque todo lo vivido, toda esa estela de humillaciones y traiciones, ese posar como mendigos para turistas ricos, sólo adquiere sentido si el autor se forja una leyenda. No le importa tanto la vida como su interpretación, tanto vivir como contar lo vivido. Y esa ambición no debe conocer componendas. "Hay que proseguir los actos hasta su fin. Sea cual fuera su punto de partida, el final será bello", escribe. 

Decía que España es país protagonista en Diario del ladrón. Genet no fue ni será el último escritor fascinado por nuestro país. Además de Cataluña, Jean recorre los pueblos y ciudades de Andalucía (Huelva, Jerez de la Frontera, San Fernando y Cádiz); Murcia y Alicante. No oculta su admiración por Tánger, "guarida de traidores", entonces bajo la influencia española. 

Prueba del amor a España es cómo termina esta novela. En su última página, el autor anuncia la continuación de Diario del ladrón. Escribe: "El segundo tomo de este "diario" lo titularé Affaire de Moeurs. Me propongo resumir, describir, comentar en él estas fiestas de un presidio íntimo que descubro en mí tras la travesía de esta región de mí mismo a la que he llamado España". 




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