Deja que los muertos entierren a los muertos

 A la memoria de los muertos de Paiporta


En estos días de duelo y dolor he vuelto a leer la Biblia. Hace mucho tiempo que no lo hacía. A Valencia me he traído un ejemplar del Nuevo Testamento, adquirido en la librería Ítaca por dos euros. Sus tapas verdes son de plástico y el papel es muy fino, tan fino que se deshace entre los dedos. 

Abrí el libro al azar, por la página 125, y me encontré con el Evangelio de San Lucas. El pasaje es el de Cristo rechazado en Nazaret. Nadie es profeta en su pueblo, se lee. Al final del fragmento se cuenta que los que estaban en la sinagoga, presos de la ira, llevaron a Cristo a la cima del monte para despeñarlo. El evangelista añade: "Pero Jesús pasó por en medio de todos y se fue". 

La lectura de este Evangelio me recuerda al niño con pantalones cortos que asistía a catequesis en la parroquia de la Asunción, y al adulto escéptico y sumamente perdido que acude a misa de cuando en cuando, por cumplir con un rito que le ate al pasado muerto de sus padres. Tal es el ruido del mundo, en estos días multiplicado hasta el infinito, que me cuesta recordar la palabra de Dios. Hasta encuentro dificultades en rezar el Padrenuestro y el Ave María. Es consecuencia de tener embotado el corazón.

En esta semana en que hemos vivido el anticipo del Apocalipsis, cuando los muertos buscan a muertos para enterrarlos, sorprende la ausencia de Dios, las referencias al misterio de la transcendencia. He leído que han bajado las visitas a los cementerios (¡ay!, yo no he podido visitar a mi madre en el Día de Todos los Santos). No sé si atribuir esa menor afluencia a la tragedia o al proceso de secularización que ha arrinconado la presencia de Dios en la sociedad. 

Leer el Evangelio de San Lucas me pone ante el espejo. Me hace ver que he perdido la brújula de mi vida, como tanta gente, como la mayoría de la gente. Pero poco a poco Cristo se va abriendo paso en mi corazón, dejando a un lado la razón, que cojea para entender las palabras oscuras del Hijo del Hombre. Porque Jesús está rodeado de misterio, empezando por su vida oculta, los treinta años de los que apenas sabemos nada. 

Tenía Jesús mala opinión de sus contemporáneos. Se refería a ellos como una "generación maldita", "gente crédula y perversa", hombres y mujeres tercos y mezquinos, a los que había que salvar pese a todo. Jesús se compadece de ellos pero no se engaña. Sabe que quienes lo siguen acabarán traicionándolo. Sabe que acabará en manos de los hombres de poder de la época, de los Herodes y Pilatos de todos los tiempos, de aquellos que venden sus almas al diablo. Porque el Bien y el Mal siguen existiendo bajo distintas formas.

Jesús tiene el don de la palabra, hace milagros, seduce y cautiva, arrastra a las masas. Pero es un solitario. En varias ocasiones le pide a los discípulos que no cuenten los prodigios que han visto. Cristo huye de las multitudes para refugiarse en la soledad, para rumiar sus dudas en silencio, como en el monte de Getsemaní, donde sudó sangre por el miedo que le recorría, según cuenta el evangelista. 

Hay un personaje que a veces parece tentado no por el diablo, sino por la necesidad de huir de su misión. Porque Cristo morirá para que nosotros nos salvemos, sí, pero también teme que su sacrificio sea baldío. Hombres y mujeres permanecerán ciegos y sordos a su mensaje de renovación espiritual. Entonces y ahora, cuando los niños desconocen quiénes fueron Moisés y san Pedro porque así lo han decidido las malvadas autoridades. 

El Papa ha enviado un mensaje de "cercanía" al pueblo de Valencia. ¿Qué pensaría Cristo de la curia romana? ¿Los equipararía a los fariseos y hombres de leyes a los que acusó de hipócritas? Si el Hijo del Hombre volviera, no cabe duda de que volvería a ser crucificado porque se alzaría contra los dueños del sistema. Sería además causa de enfrentamiento. Él lo advierte: "He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto deseo ya que arda! Tengo que recibir un bautismo de dolores, y estoy angustiado hasta que se realice. ¿Creéis que he venido a traer la paz al mundo? Os digo que no, sino división".    

Enigmáticas palabras las del Cristo, a quien la Iglesia se ha empeñado en limarle estas aristas para convertirlo en un ser idealizado. En determinados momentos Jesús se cansa de los suyos, que le hacen perder la paciencia. Llevado por la ira, echa a los mercaderes del templo. No; no es el Cristo acaramelado, concebido para finos paladares, que nos han querido vender. 

Y sin embargo al final del camino propuesto por Cristo está la parada del amor. Como decía san Juan de la Cruz: "A la tarde te examinarán del amor". Es la destrucción o el amor, como escribió otro poeta español. El amor a los que nos ofenden, nos insultan, nos humillan. ¡Tarea hercúlea, al alcance de muy pocos! 

Ha querido la tragedia valenciana que haya vuelto, como el hijo pródigo, a las Sagradas Escrituras. Espero que no sea flor de un día. Sé constante, Javier. Me gustaría seguir los pasos del cantante Nick Cave, quien descubrió a Jesús después de sumirse en una crisis existencial, y ahora lee la Biblia cada día. Mejor será que perder el tiempo leyendo calamidades en los periódicos. 





Entradas populares de este blog

El bucanero cartagenero

A los últimos mohicanos de la verdadera literatura