Los pequeños placeres

El cautivo , basada en el cautiverio de un joven Miguel de Cervantes en Argel, era una película que había que ver. No ayudó la polémica suscitada por su director Alejandro Amenábar. Vender su último trabajo con el reclamo de la supuesta homosexualidad del autor del Quijote podía ser interpretada como una estrategia de marketing para llenar las salas, o servir a la causa del activismo LGTBI. Es decir, convertir a Cervantes en otro icono de la literatura gay. Ya lo hicieron con Lorca. Esto me puso en guardia, e hizo que me acercara a los cine Babel de Valencia más por obligación profesional (recordad que soy aún periodista) que por placer. Por suerte me equivoqué, o fui lo suficientemente listo para deshacerme de mis prejuicios en los diez primeros minutos de metraje. Había que disfrutar de esta historia, desconocida para la mayoría del público, con la mirada limpia de un niño, sin prejuicios, centrado en los valores estéticos de la película. Cada día es más difícil acercarse a la ...