El irresistible ascenso de los ignorantes
Iba a escribir sobre las memorias de Pío Baroja, pero María Pombo se cruzó. ¿Quién es María Pombo? Como vivo en la periferia del mundo, lo he descubierto esta semana. Es una influencer, que podría traducirse al castellano como 'influidor' o 'influenciador', según el Observatorio de Palabras de la RAE. Se ha impuesto la palabra en inglés como otro ejemplo del catetismo imperante. Si hay un vocablo en español para referirse a la realidad, ¿por qué emplear una palabra extranjera?
Antes de entrar en materia, hago saber mis reticencias hacia todo aquel que se refiere a su trabajo con una palabra inglesa. Me dan mala espina los influencers pero también los community managers y los CEO (chief executive officer). ¡Con lo fácil que es decir que eres consejero delegado de Mantequerías Leonesas! Pero, a juicio de algunos palurdos que se las dan de entendidos, emplear el castellano, en según qué circunstancia, es propio de pobres.
María Pombo es una joven de buena familia madrileña; casada con el empresario Pablo Castellano, tiene dos hijos preciosos: Martín y Vega. Salió con el futbolista Álvaro Morata, pero de eso hace mucho. Al parecer cursó estudios universitarios; los abandonó para ganarse la vida en las redes sociales. Según he leído, es la influencer española con más tirón.
Esta semana que acaba, cuando aún nos sacudíamos la arena de las canchas, María Pombo colgó un video que se hizo viral (escribo lo de "hacerse viral" para que constateis mi sacrificio por adaptarme a la jerga de esta gente guapa). Muy arreglada, como recién salida de la esteticista, la influencer hace un alegato en defensa de los no lectores. Se pone como ejemplo. "No sois mejores porque os guste leer", dice sonriendo.
María menciona a sus dos hermanas. Cada una tiene una inclinación diferente hacia la lectura. Marta es una "devoradora" de libros; en cambio, Lucía, que es piloto, "no ha leído un libro en su vida". En la familia Pombo ganan los que le tienen repelús a la letra impresa. Extraña teniendo un apellido tan literario. Álvaro Pombo ha sido nuestro último premio Cervantes. Pombo fue el café donde Ramón Gómez de la Serna, introductor de las vanguardias en España, celebraba su tertulia con otros escritores en Madrid, antes de que todo se viniera abajo con la última carlistada.
Si nos creyésemos las estadísticas, concluiríamos que las Pombo son una minoría en el país. Según el Barómetro de Hábitos de Lectura, en 2024 el 66% de los españoles aseguraba leer con relativa o mucha frecuencia; el 34% restante prefería ver una serie, irse de cervecitas con los amigotes o castigarse en el gimnasio, todo antes que tocar las tapas de un libro. Vade retro, Cervantes! Como soy desconfiado, pienso que esas estadísticas son relativamente falsas si tienen el marchamo de una institución, en este caso, el Ministerio de Cultura del señor Urtasun.
En España se lee mucho menos de lo que dicen las estadísticas; por tanto, la familia Pombo sí es representativa del clima de degradación cultural. Para quien crea que la inclinación a la lectura está relacionada con el nivel económico, ahí están María Pombo y la hermana piloto para desmentirlo.
María fue muy criticada porque en las baldas de su librería no había ejemplares de Madame Bovary y El proceso. En realidad, como se encargó de enseñarnos, sólo reposaban libros de decoración (uno de Zara Home) y dos volúmenes regalados por sus abuelos. Uno de ellos es El principito. La celebridad se cuidó en enseñarnos unos ejemplares de literatura infantil para sus dos criaturas.
María Pombo ha recibido el apoyo de sus seguidores (followers, dicen ellos) en las redes. Las críticas que ha cosechado provienen de los de siempre: personas avinagradas, con problemas de colón y escasa actividad sexual, por no decir ninguna, que se resisten a aceptar que los tiempos han cambiado.
Volvemos a una nueva Edad Media, presagiada por Umberto Eco en los años setenta. En ella la oralidad prevalecerá sobre la palabra escrita. Como en el Medievo, una minoría tendrá acceso al conocimiento, mientras que la masa —los siervos de la gleba digitales— permanecerá atada a la ignorancia. Las sucesivas leyes educativas han allanado el camino para facilitar la inminencia de este cataclismo.
La ignorancia es cada día más atrevida. María Pombo presume de no leer. ¡Cómo hemos cambiado en esto y en tantas cosas! Antes, las generaciones de nuestros padres y abuelos, educadas con terribles carencias, apreciaban la cultura que no tuvieron. Por eso se deslomaron para que sus hijos y nietos fueran a la universidad. Ahora sucede lo contrario: los incultos, que en muchos casos han podido acceder al conocimiento, sacan pecho por ser unos zoquetes. Tampoco les falta algo de razón. Saben que si se afilian al partido político adecuado, llegarán, al menos, a secretarios de Estado.
Al hacer esas declaraciones, María Pombo criticó a talibanes como yo. En efecto, nosotros defendemos que la literatura ayuda a conocernos y a aceptar la complejidad del mundo. Esto, a veces, nos evita caer en la tentación del dogmatismo. No somos mejores personas, claro está, pero sí somos superiores a María y a su legión de analfabetos funcionales en el plano cultural, en el territorio de la sensibilidad.
Severo Ochoa, Luis Cernuda y Luis García Berlanga son superiores a ti, María. No habrás oído hablar de ellos. Te comento: dedicaron toda una vida a estudiar, a trabajar y a dominar sus oficios. Eran sabios en lo suyo. No vendían humo ni apretaban los morritos ante una cámara de video. Te hablo de otro país que aún conservo en la memoria, de un tiempo en que los niños esperaban a desenvolver los regalos de los Reyes Magos para encontrar el último relato de Los Cinco. El paraíso de la infancia era un libro de cuentos recién abierto. Oler a tinta nos hacía felices. Tú no puedes entenderlo.