Chéjov coleccionaba "excrementos literarios"
Soy ejemplo de la depauperación de la clase media española. No me puedo permitir el gasto de 22 euros en la última novela de Dolores Redondo (sorry, Dolores!). Elijo marcas blancas en las librerías. Rebusco en los cajones de las librerías de lance. Como mucho me gasto cinco euros en un ejemplar. A veces, ciertamente en muy pocas ocasiones, se produce la conjunción de los astros y descubro un buen libro ¡por sólo un euro! Ya se nos olvidó que un euro equivale a 166,386 pesetas. ¡Cómo no extrañar los billetes marrones de 100 pesetas con el dibujo del gran Gustavo Adolfo!
Soy una criatura vacilante del mundo de ayer.
Chejov según Chéjov es el librito de un euro que compré en París-Valencia en septiembre. Editado por Laia, su autora es Sophie Laffitte, especialista en la obra del escritor ruso. Tiene las tapas deterioradas y las hojas del amarillo del paso del tiempo. Es un volumen viejo, como empieza a serlo su lector. Después de leer sus 200 páginas, sabemos un poco más del maestro del relato corto.
Chéjov se llamaba Anton Chéjov. Nació en Taganrog en 1860. Su padre Pavel Égorovitch era tendero. El hijo vivió bajo el terror de su padre durante la infancia. La madre se llamaba Eugenia Iacovlena, todo lo contrario del marido, una criatura dulce y pasiva. De niño, Chéjov trabajó en la tienda de la familia durante jornadas extenuantes. El negocio de la familia quebró, y Chéjov, en su juventud, mantuvo a sus padres y hermanos gracias a sus primeras incursiones en la literatura. Fue un autor prolífico: sólo en 1885 alcanzó la cifra 129 cuentos, artículos y reportajes.
Le gustaban los circos y los cementerios, y amaba a los animales. Era indiferente en política, en una época en que los escritores tomaban partido a favor de los conservadores, los liberales o las bombas de los anarquistas. Al zar Alejandro II lo asesinaron. Hubo atentados, muertos y manifestaciones. Chéjov eludió el compromiso; incluso publicaba sus cuentos en el periódico reaccionario Novoïe Vremia, dirigido por Alexis Suvorin, que lo ayudó a dar a conocer su obra. "Estaba encerrado, replegado sobre sí mismo", cuenta su amigo Narodin.
Chéjov alternó la literatura con la medicina. Le interesaba la ciencia, también la música. Fue un médico querido por sus pacientes; no en vano, los curaba sin cobrarles. Pero Chéjov era contradictorio. Eso lo hace más interesante, humano demasiado humano. Salvaba a enfermos, pero renegaba a veces de ellos. "¡Oh, cómo me cargan mis enfermos", se queja a Suvorin. "¡No me gusta ser médico! Es desesperante, cargante, odioso...", le dice al mismo amigo.
Chéjov era misántropo y solitario. Sólo quería que lo dejasen en paz para refugiarse en un sitio tranquilo y poder escribir. Es cuando menos curioso que fuese misántropo el que escribió con hondura y finura sobre las intermitencias del corazón humano en relatos inolvidables como Tristeza y La dama del perrito, y obras de teatro como El jardín de los cerezos y La gaviota.
Quienes lo conocieron destacaban su cortesía, sus modales elegantes y la tristeza de la mirada, pero también su carácter frío. Su amigo, el escritor Máximo Gorki, explica: "Parece que no abría nunca del todo el corazón ante nadie. Era amable con todos, pero indiferente en lo que amistad se refiere".
Si hubo un escritor al que admiró, ese fue Tolstói. Con los años se distanció del cristianismo espiritual del autor de Guerra y paz. Exponente del realismo simbólico, Chéjov fue partidario de la brevedad en la literatura. Dice: "El arte de escribir consiste menos en escribir bien que en tachar lo que está mal escrito". Lo intentó en la novela, pero fracasó en sus proyectos porque le faltará, según Sophie Laffitte, lo esencial para el desarrollo de un argumento: el movimiento.
Tenía un pobre concepto de sí mismo como escritor. En 1888 se define como un "liliputiense" en el campo de la literatura. Por si no hubiera quedado clara su modestia, años antes le escribe al editor Leïkin: "El domingo le mandaré mis excrementos literarios". Apostaba a que su obra se olvidaría en siete años. Para él, la literatura tenía un fin utilitario, el de alimentar a su familia en aquella década de los ochenta, del siglo XIX.
También se dice que fue misógino (al parecer, el escritor lo tenía todo para ser cancelado en nuestro tiempo de neoinquisidores). Se casó tarde, cuando ya estaba muy enfermo de tuberculosis. En 1901 contrajo matrimonio con la actriz Olga Knipper. Vivieron separados. Ella trabajaba en los teatros de Moscú y él intentaba vencer a la enfermedad en Yalta, donde vivió como un "monje" sus últimos años. Hoy la casa de Yalta es el museo Chéjov.
Anton Chéjov murió en Badenweiler el 2 de julio de 1904. Tenía 44 años. Al morir, recibe el trato que su patria, como la nuestra, dedica a sus escritores: la bofetada del desprecio. En una carta dirigida a su mujer, Gorki se queja de que el cadáver de Chéjov ha viajado en un tren para "transporte de ostras frescas" y ha sido enterrado al lado de la tumba de una viuda cosaca.
Por suerte, Chéjov se equivocó al ponerle caducidad a sus cuentos y obras de teatro. Han pasado más de siete años desde su muerte, en realidad más de un siglo, y su legión de lectores sigue creciendo.