¡Chicas, al recital!

Qué experiencia tan triste la de ser hombre en 2024, más si cabe si eres una tentativa de escritor. El presente y el futuro es de las chicas, también en la literatura. ¡Apartaos, que vienen pisando fuerte!

He recabado suficientes pruebas de lo que afirmo para no ser tachado de inconsistente. Allá van algunas de ellas, expuestas por orden cronológico, después de haber hecho una dolorosa criba. 

19 de septiembre. La poeta gallega Chusa Pato es galardonada con el Premio Nacional de Poesía de 2024. Antes de nada, sorprende que un premio conserve aún el adjetivo nacional. Habría que precisar a qué nación nos referimos. ¿A la gallega de la señora Pato?, ¿a la murciana?, ¿a la soriana?

Dicho esto, cabe señalar que Chusa Pato escribe en gallego, una de las lenguas oprimidas en el Estado español. Esto, sin duda, ha contado a su favor. Conviene no pasar por alto que es la sexta edición consecutiva en que este premio recae en una fémina. Para ser justos hemos de citar a todas sus predecesoras: Yolanda Castaño, Aurora Luque, Miren Agur, Antònia Vicens, Olga Novo y Pilar Pallarés.

10 de octubre. La coreana Han Kang recibe el Nobel de Literatura. De ella se destaca, entre otros méritos, su feminismo combativo, como feminista también es la francesa Annie Ernaux, ganadora del Nobel hace dos años. 

16 de octubre. El Planeta -premio que, como todo el mundo sabe, está dado de antemano- es para Paloma Sánchez-Garnica por su novela Victoria, mientras que la finalista es la joven valenciana Beatriz Serrando con la historia Fuego en la garganta. El año anterior se lo llevó la hija de Fernando Ónega. Hace años lo ganó Carmen Mola pero, ¡ay!, es el pseudónimo de tres hombres. ¡Mi gozo en un pozo! 

La entrega del Planeta contó con la presencia de la prescindible pareja real y con lo más granado (permítaseme la escasa originalidad de la expresión) de la putrefacta burguesía catalana, esa que desde los tiempos de Sagasta pone una vela a Dios y otra al diablo. 

Las chicas pisan fuerte en el terreno resbaladizo de las letras contemporáneas. En este ámbito como en otros (por el ejemplo, en el ordenamiento penal), el eterno femenino se está cobrando las facturas del pasado a cuenta de nosotros, varones del siglo XXI, los paganos de esta fiesta. Asistimos al desquite histórico de las chicas guerreras.

Las editoriales quieren mujeres empoderadas (juro no volver a utilizar semejante palabro en vida) como protagonistas en cualquier obra literaria. Así me lo confesó mi buen amigo Pedro H., que ha tenido que rehacer una novela situada en el Madrid de comienzos de siglo XX porque los personajes que cortaban el bacalao eran hombres. 

Nuestras colegas copan los clubes de lecturas y las tertulias de las radios y las televisiones; dirigen talleres literarios; dan conferencias sobre Las Sinsombrero en institutos y universidades; son protagonistas de los suplementos culturales de los periódicos y tienen preferencia para ganar los premios oficiales, sean los de una comunidad autónoma o los del ayuntamiento más perdido del país.     

Yo he intentado vencer mis prejuicios de lector homoliterario, pues hasta hace unos años el 90% de lo que leía eran libros escritos por los malvados hombres. Pero, acaso contaminado de los nuevos aires, me he abierto a leer a mujeres. He hecho un curso acelerado de literatura femenina. Y así han ido cayendo, poco a poco, Dorothy Parker, Katherine Mansfield, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Margaret Atwood, Sylvia Plath, la coñazo de Jane Austen, Edith Warthon, la delicada Charlote Brönte, las margaritas de la Yourcenar y la Duras, etc. 

De España, si hablo de las autoras contemporáneas, lo he intentado con dos novelistas del Régimen -Marta Sanz y Sara Mesa-, pero no he pasado de un libro de cada una de ellas. También probé con santa Almudena que estás en los cielos. Llegué hasta la página 73 de Las edades de Lulú. Con esto tuve bastante. Sin embargo, me gustó Feria de Ana María Simón. También he pasado buenos momentos leyendo a Adelaida García Morales y Luisa Castro.

¿Y qué decir de las grandes? De María Zambrano y de su hermosísimo Claros del bosque, de Ana María Matute, de la Carmen Laforet de Nada... Escritoras extraordinarias.  

Me olvidaba de Megan Maxwell, por la que siento ternura. Su narrativa porno-romántica es mucho más honrada que la de las autoras del Régimen antes mencionadas. Tampoco pido tanto fue mi libro de cabecera durante un mes.  

Lo quiera o no, me estoy convirtiendo en un lector bisexual para vivir acorde con los tiempos inclusivos que nos ha tocado en suerte, cuando la madurez nos ha alcanzado de lleno con toda clase de calamidades cotidianas. 

Como escritor sé que tengo poco que hacer. Al margen de mi escaso tiempo para escribir y de mi talento vacilante, soy varón. Esta circunstancia juega en mi contra. Aún no me he planteado ir al Registro Civil de Albacete a cambiarme de sexo porque un día de diciembre me levante sintiéndome mujer, como esos 37 policías y militares de Ceuta que dieron el paso marcándonos el camino. 

Con humildad hay que aceptar que nuestro tiempo ya pasó y que ahora la voz cantante es la de las mujeres. El reto para ellas es mayúsculo. Porque no todas tienen el cuajo y el talento de santa Teresa y de sor Juana Inés de la Cruz. 

La buena literatura se hace con la infinita paciencia de las tardes grises, el esfuerzo de los desesperados sin premio y la belleza de los amantes que se traicionarán a la vuelta del verano. Lo otro son, en el mejor de los casos, hojas manchadas de entretenimiento para el lector cretino del último Planeta.   




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