'La colmena' de nuestro tiempo

Este blog va de libros, no de películas ni series. Pero la línea entre la literatura y el cine es tenue. Son dos mundos que se han hecho grandes favores. De este matrimonio, unas veces por amor y otras por conveniencia, han nacido criaturas inolvidables. Grandes escritores como Raymond Chandler y William Faulkner colaboraron para Hollywood. Hoy el cine, en gran medida, se ha dejado comer el terreno por las series, refugio del talento y el dinero que lo paga. 

Hace poco acabé de ver los diez capítulos de Los años nuevos, la serie dirigida por Rodrigo Sorogoyen, autor de películas como Que Dios nos perdone, El Reino y As bestas. Ninguna me decepcionó. Tampoco esta serie, que cuenta la relación sentimental de Ana (Iria del Río) y Óscar (Francesco Carril) a lo largo de diez años, desde 2015 a 2024. Cada capítulo se centra en una Nochevieja o el día de Año Nuevo.

En una revista de culto he leído que esta serie es un comedia amorosa enmascarada, como si esto fuese un demérito. El autor del artículo también critica que sea un amor ¡entre heterosexuales! Claro ejemplo de mentalidad reaccionaria, pensará. Y sin embargo cabría alegar, en contra de la argumentación del articulista, que la serie paga su tributo en favor de la diversidad afectivo-sexual. Aparece una pareja típica de lesbianas, la una muy femenina y la otra con el pelo a lo chico. De manual. Una concesión al Sistema. 

En esta ocasión escribo sobre series, y no sobre un libro, porque Los años nuevos es, hasta donde conozco, la novela no escrita sobre una generación, la que ronda hoy los cuarenta años. Es la generación de Ana y Óscar. La generación testigo de la irrupción y el posterior fracaso de partidos que iban a asaltar los cielos y regenerar la política española, y se quedaron en nada en cuanto pisaron las moquetas del poder. La generación que vio cómo el país se empobrecía y ensombrecía, convirtiendo en quimera un futuro digno para ellos. 

El guion de Los años nuevos es de una extraordinaria eficacia narrativa. Estamos ante unos diálogos soberbios, interpretados por un plantel de actores en estado de gracia. Entre ellos destacan los protagonistas. Ella, Ana, una joven cansada de compartir piso y de trabajos precarios; él, Óscar, un médico internista que lucha por consolidar su plaza mientras hace guardias. Cada capítulo y cada año que pasa arrojan una luz y una sombra distintas sobre los personajes. Los vemos envejecer, siquiera levemente, encanecer en sus ilusiones y cargarse de arrepentimientos. 

No puedo ponerme en la piel de ellos. Soy de una generación distinta. Un proyecto de cascarrabias. Como el espectador invitado a presenciar una representación de la vida, asisto a las peripecias de unos jóvenes que apenas tienen algo en común conmigo: ni su ropa, ni su manera de hablar, ni sus ideas, ni su forma de fornicar. No he ido de viaje a Berlín, ni he consumido farlopa, ni he practicado el poliamor, ni me preparo para una media maratón, ni me sobresalto cuando alguien sigue a Vox en Facebook. Y sin embargo estos jóvenes me seducen con sus vidas precarias, relaciones en suspenso, sin tener claro adónde ir, con esa confusión de días monótonos que también es la mía, la de casi todos. 

Rodrigo Sorogoyen ha captado el espíritu de una época en Los años nuevos. Es el retrato de de una España pobretona, como ha definido mi colega Hughes; la de un país seco, bronco y triste, algo así como Suecia pero sin su nivel de vida, aunque las risas artificiales de los tardeos de cada sábado puedan hacernos pensar lo contrario.

Sorogoyen y el resto de sus guionistas han alumbrado la gran novela de la última década, ya que Marta Sanz no llegó a tiempo a hacerlo. Si dentro de medio siglo, cuando todos seamos olvido, alguien pretende saber cómo se vivía en el Madrid de estos años, aquí tendrá la respuesta. Hay escritores -en este caso un cineasta madrileño- que saben retratar una época. Lo supo hacer Balzac con la Francia de la primera mitad del siglo XIX; Scott Fitzgerald con los felices años veinte y Steinbeck con la Gran Depresión. En España lo logró Cela con La Colmena y su cuadro gutiérrez-solanesco de la posguerra.  

En vísperas de la muerte de este año inolvidable, inolvidable por la tristeza y el dolor que nos trajo, me atrevo a sugeriros que veáis Los años nuevos, si tenéis Movistar. Creo que será un tiempo bien empleado en estos días de tregua y recuento. Es La colmena de este tiempo, del que afortunadamente no quedará casi nada.



 

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