Envejecer, morir, es el único argumento de la obra

La gente muere y no es feliz. En cambio, unos pocos sí lo llegan a ser, como Mario Vargas Llosa. Un tipo con suerte: además de su innegable atractivo por carácter y físico, fue un genio de las letras, el último gigante de la literatura en español. Un estajanovista en lo suyo: decía que su obra era fruto del trabajo y no de su talento. La modestia de un grande. Murió de viejo, a los 89 años. 

La vejez, ¡ay!, la vejez. Oteo la senectud en el horizonte. Me faltan cinco o seis estaciones para llegar a esa estación. Hace un par de semanas, leí una entrevista que le hacían al poeta Luis Antonio de Villena a propósito de su último libro, Miserable vejez. La conversación con el periodista giraba en torno a la decadencia física y mental en el invierno de la vida. No hay nada rescatable en hacerse viejo, decía De Villena, que tiene la elegancia patricia de no caer en el autoengaño. 

La cercanía de la vejez y sus estragos en uno mismo y en sus relaciones con los demás centran la novela corta Malentendido en Moscú, de Simone de Beauvoir (editorial Navona). Escrita en 1966 y 1967, narra el viaje de dos profesores jubilados, Nicole y André, a la URSS a mediados de los sesenta. Nicole y André son el trasunto de la autora y de su compañero, el filósofo Jean Paul Sartre. 

Malentendido en Moscú es un libro bello y crepuscular. En apenas ochenta páginas se nos cuenta el declive de una pareja en un imperio también en decadencia. Es la URSS después de liberarse de las cadenas del estalinismo gracias a Jruschov; fracasará, sin embargo, en su pulso con los americanos porque la sociedad está regulada, hasta el más mínimo detalle, por una burocracia ineficaz. Las largas esperas, los permisos para cualquier menudencia, la escasez de bienes de consumo, todo forma parte de un escenario más gris que tétrico en el llamado a ser el paraíso del proletariado. 

Nicole (Simone) y André (Jean Paul) ya no son los que fueron. Hubo un tiempo en que eran la pareja de moda de las letras francesas. Ella, el icono del feminismo tras la publicación de El segundo sexo; él, padre del existencialismo con el permiso de su rival, Albert Camus. Sentaban cátedra en la revista Les Temps Modernes. Pero los años pasan, y cuesta mantenerse en lo alto del pedestal. Al final del camino toca un baño de humildad.

En la URSS les espera Masha, hija de André, en la que pueden encontrarse rasgos de Lena Zonina, amiga rusa de Sartre. Nicole sentirá celos de ella. Es una mujer perdida a sus sesenta años. Ella (Simone), que había conquistado a hombres y mujeres, se siente "demasiado vieja para los placeres de la cama". El deseo ha muerto. La llama de la vida se apaga al lado de un hombre que dormita como un niño en la habitación de un hotel; que bebe y fuma como un cosaco. La decadencia de ese hombre ilustre, convertido en un anciano gagá, será contada en La ceremonia del adiós años después. 

Novela narrada desde un doble punto de vista el de los dos protagonistas, se centra en la crisis de pareja de los profesores jubilados, en la incomunicación y en la factura de la vejez, quedando la situación histórica en un segundo plano. Lo íntimo prevalece sobre lo colectivo, si bien la autora no oculta su decepción por el experimento soviético. Algunas páginas destilan tristeza, amargura e incomprensión, pero también ternura de Nicole hacia André. Ternura al despertar. Quizá no subsista el amor, quizá sólo quede la costumbre, la amenaza de la soledad que explica lo inexplicabe, como les pasa a muchos matrimonios tras una larga convivencia, pero aun así el malentendido, del que lector tendrá constancia a mitad del libro, acabará aclarándose. 

Malentendido en Moscú, pieza menor en la obra de la escritora francesa, fue escrita desde el aprendizaje de la decepción, por alguien cansado de vivir. No hay razones para el consuelo, ni posible defensa de unos pañales mojados de orina. La autora nos cuenta cómo se ve en el espejo: se ve fea, vieja y mezquina. Son innumerables las veces que Simone de Beauvoir escribe la palabra "vejez" a lo largo de la novela. "¿Por qué te has sentido vieja", le pregunta André al final de la historia. Pero no hay respuesta. Ella ha comprendido que envejecer, morir, es el único argumento de la obra.



 

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