Un ciego nos enseña a escribir
Sorprende el número incesante de personas que dicen ser escritores. Algunas incluso publican cositas. Y les premian y tienen sus seguidores (ellos lo llamarían followers). Qué osados son. Quizá piensen que por juntar dos letras para formar una sílaba ya dominan el don de la palabra escrita. Me temo que no es así; que este oficio es más complejo, pues requiere de elevadas dosis de paciencia, trabajo y obstinación. Es un largo aprendizaje que no siempre se ve coronado con una recompensa. A las palabras hay seducirlas para luego conquistarlas, y no siempre se consigue porque actúan como mujeres antojadizas.
Hablo por mí. Yo aún estoy aprendiendo a escribir. A veces me sale pero otras no. Después de veinte años dedicado al periodismo, en que sabía redactar pero no escribir, ahora intento escribir bien. El periodismo y la literatura son realidades colindantes pero no idénticas. La claridad es una exigencia en el primero, mientras que la belleza es el objetivo perseguido por la segunda. Claro está que ha habido periodistas que han sido grandes escritores: Azorín, Pla, Camba..., pero son excepciones.
Para escribir bien ha habido que leer mucho antes, y seguir haciéndolo. Leer hasta los papeles que te encuentras por el suelo, como reconocía Cervantes en el Quijote. Leer a los buenos, a los malos y a los escritores mediopensionistas. De todos se puede aprender: de sus aciertos, trucos, impotencias y errores. El escritor es un lector en diferido.
Un acto de generosidad es que uno de los grandes de la literatura enseñe a jóvenes escritores. Eso es lo que hizo Jorge Luis Borges en tres charlas mantenidas con alumnos inscritos en un taller de escritura de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), en 1971. Esas conversaciones, grabadas en un magnetófono, fueron recogidas en el libro El aprendizaje del escritor, editado por Debolsillo. Cada una de las sesiones estuvo dedicada a un asunto diferente: la escritura de ficción, la poesía y la traducción.
Con ironía y una fingida inmodestia —porque se trataba de un vanidoso incorregible— desgrana sus ideas sobre la creación literaria. Le ayuda su traductor Thomas de Giovanni porque no puede leer. Es ciego. A sus 71 años, en la primera de las sesiones, dedicada a la ficción, confiesa que ha abandonado la "falsa erudición" para escribir "simple" y añade: "... intento escribir historias".
Demasiado "haragán" para levantar una novela, Borges se concentró en los cuentos, en los que fue un consumado maestro, y en la poesía, menos conocida pero a la misma altura que su narrativa. Al concebir un relato, el autor argentino parte de anécdotas, "aunque las distorsiono o las modifico". Él lo denomina "memoria creativa". Para quien dude entre escribir un relato o una novela, Borges le da un consejo: "Lo más importante en un cuento es la trama o el argumento; en cambio, en una novela son menos importantes las situaciones que los caracteres".
Borges creía en la inspiración, como así le reconoce a la escritora María Esther Vázquez en el libro Borges, sus días y su tiempo. Está convencido de que el autor no elige los temas: son los temas los que lo eligen a él. "Los libros deben escribirse solos, por medio del autor o a pesar de él", explica. Para él, la imaginación es más importante que la experiencia y la observación, los tres atributos que un escritor necesita para ser tal, según William Faulkner. Lo que hay que tener es una voz propia.
Desde niño Borges, con sangre inglesa en sus venas y antepasados militares, quiso ser escritor. En su opinión, es imposible no ser un escritor contemporáneo. "Pienso que la ficción está siempre comprometida con su tiempo", dice. ¿Y con quién está comprometido el autor? Con su obra, nada más que con su obra. "Yo creo que el deber de un escritor es ser un escritor, y si puede ser un buen escritor, está, entonces, cumpliendo con su deber. Además, tengo para mí que mis opiniones son superficiales". Citando a Kipling, Borges defiende que un novelista o un poeta "debe tener permitido escribir en contra de su posición moral". Él se definió como conservador unas veces, victoriano en otras o, simplemente, anarquista. Descreía de la democracia, "ese curioso abuso de la estadística".
En la segunda sesión, dedicada a la poesía, Borges, enemigo declarado de los gerundios, aconseja a los estudiantes que empiecen por las formas clásicas del verso. Él, que coqueteó con el ultraísmo durante su estancia juvenil en España, allá por los años veinte, sostiene que en los sonetos "hay algo realmente mágico e inexplicable". Lo más difícil en poesía es el verso libre, avisa la voz de la experiencia acreditada por una extensa obra que va desde su primer libro, Fervor de Buenos Aires (1985), hasta Los conjurados (1985).
Otra recomendación para los jóvenes estudiantes, extraída de Horacio y aplicable tanto para la poesía como para la prosa, es dejar descansar los textos "por una semana o diez días", para volver a ellos y encontrar errores. Escribir es corregir y tachar pero hasta cierto punto. Él leía sus poemas en voz alta. Después tres o cuatro intentos, el poeta debe dejar el poema tal como está porque, dice Borges, "cualquier otra variación podría arruinarlo". El autor de Ficciones cree que uno publica para liberarse de los textos, para no pasarnos la vida corrigiendo borradores.
Se considera más lector que escritor, y revela que sabe "muy poco" de su obra de memoria "porque no me gusta lo que escribo". Lo dice él, premio Cervantes y grande de las letras hispánicas en el siglo XX. Recuérdense los primeros versos del poema El lector, extraído del libro Elogio de la sombra (1969):
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
En su intervención última, antes de despedirse de los estudiantes de la Universidad de Columbia, Borges sostiene que la literatura es un oficio "raro", propio de menesterosos, de personas que lo necesitan "todo" para escribir, según aseguraba Chesterton. Ese "todo" viene de la mano de la experiencia, de la compañía imprescindible de la soledad, el amor, el silencio y la amistad. "Ser un escritor es, en cierto sentido, ser el que sueña despierto; vivir una suerte de doble vida".
Jorge Luis Borges murió en Ginebra en 1986 sin haber recibido el Nobel de Literatura. En 1976, a poco de que los militares echasen a María Estela Perón del poder, definió a Videla y sus compinches como "un gobierno de caballeros". Luego, arrepentido, se puso a la cabeza en la denuncia del horror de los desaparecidos. Tampoco le ayudó reunirse con Pinochet cuando fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Santiago de Chile: "Y, desde luego, yo obré mal. Sabía que estaba jugándome el Premio Nobel, pero pensé: qué absurdo juzgar a un escritor" por sus ideas políticas.
Borges se quedó sin el Nobel, galardón que sí le ha sido concedido, entre otros, a José Echegaray, Romain Rolland, Yorgo Seferis y Nelly Sachs.