Orensanos, he venido a ayudar

Tenía pendiente visitar Orense, pero no encontraba el momento. Era una de las cuatro capitales de provincia que me quedaba por pisar: las otras son Huelva, Jaén y Guadalajara. Hace años viajé a Galicia con relativa frecuencia. Estuve en La Coruña, Santiago de Compostela, Lugo y Pontevedra. Sin embargo, Orense quedó fuera de mis viajes. Tenía una deuda. ¿Cómo no ir después de lo sucedido este verano, cuando los fuegos han devorado más de 90.000 hectáreas, el 70% irrecuperables?

Había que ir a Orense y fui cuando declinaba el verano, con el temor natural a que en septiembre me encuentre con la gota fría de la realidad. No visité la ciudad termal por solidaridad, porque esta palabra me pone los pelos de punta, me escandaliza, dado el perverso uso que se ha hecho de ella. Fui a Orense porque yo también fui un olvidado por el Estado español. Sé lo que se siente cuando el fuego o el agua se lleva todo por delante, y nadie con poder se acuerda de ti.

Cogí un tren que milagrosamente llegó a su hora, y me puse a caminar por la ciudad, que es lo mejor que sé hacer. Ingenuo de mí, pensé que Orense era el patito feo de las capitales gallegas. Y me equivoqué, como en tantas cosas. Sólo estuve dos días y medio. Me pareció una ciudad amable e idónea para envejecer. Me alojé en un hotel modesto de la rúa Ervedelo. Para los suspicaces, he de aclararles que la palabra rúa es tan castellana como calle, y si no recordad a Antonio Machado en su Juan de Mairena: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa". 


En Orense, como en toda Galicia, anochece y amanece más tarde; los semáforos duran una eternidad; el café con leche cuesta ¡1,50 euros! y se ven menos tatuajes que en Valencia, lo que es de agradecer. También te puedes abrasar la mano en la fuente de As Burgas. Su comercio es pujante en rúas como del Paseo, Juan XXIII y Concordia. El turismo se siente pero no te arrolla. Se concentra en el casco histórico, en torno a la catedral, dedicada a San Martín, Pedían ocho euros por entrar y, como es natural, no los pagué. Si he de consignar una noche que fui feliz este verano, debo aclarar que fue el 27 de agosto, bebiendo cerveza y tomando unas rabas de calamar en la plaza del Ferro. 

Orense, hija agradecida del Miño, le concede importancia a la lectura. Para empezar, en el bar Montgre, donde desayuné y cené una noche, había hasta seis periódicos para los clientes: generalistas, deportivos y económicos. Seis, sí, seis, no me he confundido al contarlos. Orense tenía 104.000 habitantes en 2024. No quiero establecer comparaciones malévolas. La Región, el diario de la provincia, es de factura digna. El día que llegué a Orense titulaba en portada: "El fuego de Chandrexa, el más largo, domado tras 18 días de lucha".  

El Liceo de Orense, ubicado en un palacio renacentista, ejerce de casino de la ciudad. Pregunté al portero y me dejó entrar. Curioseé, hice fotos y llegué a una sala que podría haber servido para que Visconti hubiese rodado una escena de El gatopardo. ¡Qué maravilla, que elegancia! Este tipo de instituciones se mueren entre la indiferencia de casi todos. Estamos ciegos para no admitir que si una ciudad marca la diferencia es gracias a liceos como el de Orense.     

A Orense también fui interesado por su literatura. En esta provincia nacieron el padre Jerónimo Feijóo, ilustrado perdido en el olvido; José Ángel Valente, Eduardo Blanco Amor y el cineasta y escritor Rodrigo Cortés, quien cuenta, entre sus admiradores, a la Reina de España. También en esta ciudad se rodó la película Los girasoles ciegos, basada en la novela homónima de Alberto Méndez. Si consideramos la moda una versión popular del arte, podemos añadir a Adolfo Domínguez.


Estaba interesado en comprar un libro de José Ángel Valente, el poeta orensano en castellano más importante del siglo XX. No hubo manera. En ninguna de las seis librerías que pregunté por él, tenían una modesta antología del poeta. En alguna el vendedor puso cara de oír su nombre por primera vez. Qué curioso, ¿no? Sólo en una de segunda mano me ofrecieron un ensayo escrito por varios autores sobre el autor de A modo de esperanza. Lo compré junto con Cuatro obras, del también gallego Alfonso Rodríguez Castelao. Valente da nombre a un centro cultural en el antiguo Banco de España. Habrá que ir a París-Valencia a adquirir algo de este poeta y ensayista de difícil lectura. 

Por la musicalidad de su lengua autóctona, los escritores gallegos están especialmente dotados para sacarle partido al español. En ellos las palabras suenan de manera distinta, con una delicadeza difícil de hallar en otras tierras del país. Por si hubiera alguna duda, ahí están Rosalía de Castro, Ramón María del Valle-Inclán, Camilo José Cela, Álvaro Cunqueiro, Alfonso Rodríguez Castelao, Gonzalo Torrente Ballester y Eugenio Montes. A un lado dejo al coñazo de doña Emilia Pardo Bazán, que habré de padecer como profesor en sucesivos cursos académicos.    

Prueba de la vitalidad cultural de Orense es que tenga ocho librerías, entre ellas una religiosa. Puede que haya alguna más, pero no me dio tiempo a verla en mis largos paseos. Me gustaría dejar constancia de ellas: La viuda, De papel, Tanco, Eixo, Betel, Nobel, Platero y La Quinta. Cada una con su público. Pero no sólo en Orense; en el pequeño pueblo de Ribadavia, que se preparaba para su mercado medieval, también hay una librería en la calle principal.

Como en otras ciudades pertenecientes a una región bilingüe, hay una clara diferencia entre el uso privado y público de la lengua. En mi estancia en Orense oí hablar más el castellano que el gallego, también entre los jóvenes, en la calle y en los comercios. Sin embargo, la lengua común desaparece de los edificios oficiales y de la señalización viaria. La programación del teatro Principal es también en gallego. Las instituciones gobernadas por los conservadores (?) priman el gallego respecto al castellano en la vida cultural. No nos sorprende a estas alturas.


Cuando me marché del hotel, el recepcionista, al consultar mi dni, reparó en que vivía en un pueblo asolado por la riada de 2024. Me preguntó cómo estaba la cosa. Le dije que la reconstrucción era lenta. "Aquello fue mucho peor que lo que hemos vivido nosotros", me respondió. Puede que llevase razón en su juicio. Algunos aún nos estamos lamiendo las heridas. Dentro de poco se cumplirá un año. Seguro que nuestras autoridades tienen preparada una ceremonia vacua para recordar a los muertos. 

Al regresar a Valencia en tren, vi los campos de Orense y Zamora arrasados por el fuego. Sentí pena. Recordé a los ganaderos que lo han perdido todo. No importa. Volverá a ocurrir en próximos veranos. Este país no tiene arreglo. El desierto avanza.  













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