Un preso llamado Dostoievski

El último libro que ha caído en mis manos ha sido Memorias de la casa muerta, de Dostoievski. En realidad no cayó en mis manos; lo cogí de una estantería de la librería Méndez, en la calle Mayor de Madrid, muy cerca de donde vivía Javier Marías, que la tenía entre sus favoritas. Con seguridad la novela del ruso no figura entre las lecturas recomendadas para el verano, en esa lista de autores perecederos que se mueven entre la novela negra de un sueco bien parecido, y el último tormento romántico de una presentadora de televisión, vinculada por lo general al grupo Planeta. 

Memorias de la casa muerta (Alba clásicos) dista de ser la literatura portátil que se lleva a la playa con la sombrilla y el tinto de verano. Dostoievski no es Javier Castillo, para entendernos. Pero vayamos a la triste y luminosa historia que nos cuenta nuestro amigo Fiódor. Es autobiográfica. Está basada en su paso por la prisión militar de Omsk, en Siberia, donde estuvo recluido cuatro años (1850-1854). Dostoievski fue condenado a ocho años de trabajos forzados en Siberia: cuatro en la cárcel y otros cuatro como soldado.

¿Cuál fue el delito del escritor? Pertenecer al Círculo de Petrashevski, un grupo de intelectuales contrarios al autoritarismo de Nicolás I. Pretendían la transformación de Rusia en un régimen democrático, con la introducción de la libertad de prensa, la emancipación de los campesinos y la reforma de la justicia. Como hubiera ocurrido en nuestros días, Dostoievski fue acusado, con otros veintisiete jóvenes intelectuales, de cometer crímenes contra la seguridad del Estado. Suena como muy actual, ¿no? Antes de marchar a la cárcel, el escritor fue sometido a un simulacro de ejecución en la fortaleza de San Pedro de Petersburgo el 22 de noviembre de 1849. 

Dostoievski fue desprovisto de su título de noble, de su graduación militar (era teniente de ingenieros) y de sus derechos civiles. También se le prohibió publicar durante diez años, hasta marzo de 1859, cuando vio la luz el relato El sueño del tío. Como todo preso, le obligaron a llevar media cabeza rapada, un uniforme especial y grilletes. El autor era epiléptico, lo que hizo que permaneciese temporadas en el hospital del presidio. 

El proceso de la escritura del libro fue largo; no llegó a publicarse el primer capítulo hasta 1861, cuando Alejandro II había subido al trono. El régimen se liberalizó, pero no tanto como suprimir la censura. Por esa razón, Dostoievski escogió el formato de la novela para lo que en realidad eran sus memorias de presidiario. El autor se oculta tras la figura de Alexánder Petróvich Goriánchikov, noble como él, condenado a diez años de cárcel. No me extenderé en el argumento, para invitar a su lectura; sólo diré que el libro es, entre otras muchas cosas, una condena del sistema penitenciario y legal de la Rusia de los zares. 

A raíz de su paso por la cárcel, Dostoievski conocerá al pueblo ruso y al tiempo renegará de sus ideales políticos anteriores. El presidio marcará un antes y un después en su vida y en su obra. De lo occidental a lo eslavo. El alma del pueblo ruso está reflejada en personajes como Akim Akímich, Petrov, el musulmán Alí, el judío Isái Fómich y el viejo creyente de Starodub. Su único amigo será un perro, Shárik, que le lamerá las heridas de su tristeza y desconsuelo por la falta de libertad. 

Cabe preguntarse -yo al menos lo hago- si esos cuatro años de prisión en Siberia fueron, a la postre, beneficiosos para Dostoievski porque forjaron el talento de un genio de la literatura universal. "No escribiré más tonterías", llega a afirmar después de salir de la cárcel. Antes de ser condenado, era ya conocido por haber publicado las novelas Pobre gente y El doble, además de un gran número de relatos. Pero Memorias de la casa muerta, complementada después con Memorias del subsuelo, inaugura la etapa de las obras maestras como Crimen y castigo, El idiota y Los hermanos Karamázov

No sabemos lo que nos deparará el destino y cuáles serán sus consecuencias. Como otros reclusos, Dostoievski pudo morir o haberse vuelto loco. Sin embargo, sobrevivió al horror del encierro, confiado en que llegaría el día de su puesta en libertad, "la resurrección de entre los muertos", como escribe al final de la novela. De ese dolor y de esa angustia emergió una obra que todavía conmueve y conturba al lector sensible del siglo XXI. Ese lector piensa que la vieja literatura estaba hecha de tipos rocosos y sensibles que sabían afrontar los palos ciegos del destino. Hoy, al menor contratiempo, nos quejamos de nuestra mala suerte, como niños que nunca alcanzarán la edad adulta. 




Entradas populares de este blog

El bucanero cartagenero

Deja que los muertos entierren a los muertos

A los últimos mohicanos de la verdadera literatura