Así se pierden las guerras

No me importa admitirlo aun a riesgo de ser incomprendido e incluso vilipendiado. No me interesa en absoluto el curso y el desenlace de las guerras de Ucrania y Palestina. ¡Con su pan se lo coman sus contendientes! La única guerra que me preocupa es la que enfrenta a la civilización con la barbarie. Y me preocupa porque la estamos perdiendo de manera quizá inexorable. 

Pondré un ejemplo.

Hoy domingo 22 de septiembre, cuando comienza el otoño, cierra la librería Izquierdo, ubicada en la Gran Vía Fernando el Católico de Valencia. Abrió en 1979. Fue continuación de un quiosco situado en la calle Bailén desde 1937. La han llevado Juan y su hermana Pilar. No sólo era librería; también vendían prensa y artículos infantiles (duele emplear el verbo en pasado). En el mismo bulevar cerró el año pasado la librería 2000. También combinaba la venta de libros con prensa. 

En Izquierdo he comprado libros y periódicos. El último ejemplar que me llevé fue El Síncope Blanco y otros cuentos de locura y terror, de Horacio Quiroga (Editorial Valdemar). La tenía en la lista de mis afectos literarios, si bien no a la misma altura que París-Valencia y Soriano por una razón sencilla: la ubicación. Izquierdo quedaba a trasmano de mis caminatas por la ciudad. Pero aun así la visitaba, de cuando en cuando, porque me interesaba su catálogo de libros imposibles de hallar en los abominables mercadonas de la lectura. 

Las últimas veces que entré a olisquear en sus estanterías presentí que Izquierdo seguiría los pasos de la librería 2000. No había clientes. La vendedora, con cara de aburrimiento, estaba mano sobre mano. Si después de echar un vistazo no encontraba lo que buscaba, me marchaba con mala conciencia por no haber comprado nada. Por compromiso me llevaba un diario que luego me servía para envolver las cabezas de pescado al día siguiente.

Izquierdo cierra, como otras muchas librerías independientes, porque no puede competir, por mucho que lo intenten, con los padrinos que manejan el mercado editorial, en curva descendente por los bajos índices de lectura. Como me confirmó Juan Izquierdo en la visita que les hice el viernes pasado, para ellos ha sido imposible enfrentarse al calvo de Amazon y a sus repartidores y mozos de almacén mal pagados. Las editoriales prefieren servir sus pedidos a través de la empresa yanqui u otras plataformas, saltándose al intermediario de la librería. Este mal afecta a todo el pequeño comercio. 

El goteo de cierres de librerías independientes nos aboca a un panorama desolador. Algunos somos lectores que antes se cortarían un brazo a comprar en Amazon o similares. Somos un tipo de lector que sale con el corazón encogido después de haber visto la bazofia expuesta en la Casa del Libro, FNAC y El Corte Inglés. La oferta se estrecha. Cada día hay menos donde elegir: o Amazon o los mercadonas del libro. Será cuestión de releer.

Cuando una librería cierra, la barbarie lo celebra. Una librería es un espacio de encuentro, de conversación entre el librero y el cliente, de conocimiento y de cultura. Una librería es un muro contra la ignorancia y una ventana por la que se cuela el pensamiento crítico. Una librería es la farmacia para los afligidos de espíritu. Todo esto es lo que se desmorona ante nuestros desconcertados ojos. 

Desolación es lo que me produjo entrar el viernes, por última vez, en la librería Izquierdo y encontrarme vacíos casi todos sus anaqueles. Había ido con la ilusión de adquirir libros (la colección de Gredos estaba de oferta) y me volví de vacío, como un pretendiente rechazado. 

Conversé con Juan y le deseé suerte en su próxima jubilación. Antes de despedirme con un periódico bajo el brazo, le agradecí lo que él y su hermana han hecho por varias generaciones de lectores en Valencia. Desde hoy se suman a la lista de combatientes caídos en defensa de la civilización. Merecerían que se les erigiese un monumento en la plaza del Ayuntamiento, ahora que la van a remodelar. Pero los políticos no lo harán porque ellos son los principales interesados en el triunfo de la barbarie y, por ende, de la ignorancia y la sumisión de sus súbditos.   



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