Siempre nos quedará Jardiel
Me he perdido otra primavera. Esto me pone triste, quizá demasiado triste. Hay quien se cura de la tristeza visitando al terapeuta, eufemismo para no decir psiquiatra o psicólogo, y los hay que leemos a Enrique Jardiel Poncela. El escritor madrileño es un antídoto contra la depresión. Leer unas páginas de Jardiel te levanta el ánimo. Luego algunos dicen que la literatura no sirve para nada; al menos ayuda a depender menos de las pastillas de colores que se compran en las farmacias.
No acostumbro a releer, pero para esta regla también hay excepciones. Hace unas semanas el azar o mi frágil voluntad quiso que tuviera La tournée de Dios entre mis manos. Me acordaba vagamente de la trama de esta novela de Jardiel Poncela. Bastó que leyera su Prólogo en mesa revuelta para no soltar el libro. El autor aclara que La tournée de Dios, publicado en el inicio de la II República, "no es un libro antirreligioso". Lo escribe poco después de que don Manuel Azaña, aquel masonazo ilustre, declarara que España había dejado de ser católica.
No es mi intención reventar el argumento de la obra para quien esté interesado en leerla. Se la recomiendo encarecidamente. No se arrepentirá de hacerlo. Dios elige España para darse un garbeo por la Tierra. Se hace presente en el Cerro de los Ángeles, provincia de Madrid, a las once de la mañana de un 10 de mayo. Su imagen no cuadra con la que nos ha llegado de la Biblia. Se trata de un hombre de pelo blanco que podría ser confundido con el revisor de un tren, de apariencia corriente, que gusta de tomarse unas cervezas con obreros en Cuatro Caminos y el Puente de Vallecas. Lo peor de todo es que Dios confiesa que no se lleva bien con su Hijo y no oculta el desprecio por el Papa.
Del entusiasmo de la población por Dios se pasa a la indiferencia al cabo de unas semanas. El Ser Superior se somete a una interviú con el periodista Perico Espasa; concede audiencias a damas católicas, judíos y ladrones madrileños..., y no contaré más para animar a la lectura de la que fue la última novela de Jardiel Poncela (1932). Su producción narrativa se concentró en cuatro años: Amor se escribe sin hache (1929), ¡Espérame en Siberia, vida mía! (1929), Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (1931) y la mencionada La tournée de Dios.
Son obras de juventud que quedaron en un segundo plano respecto a la producción teatral, la que le dio la fama y el dinero. La editorial Blackie Books recuperó algunas de esas novelas con notable éxito. "Vuelve Jardiel" fue el reclamo escogido por la editorial para recuperar el interés de los lectores por el autor madrileño, nacido en 1901, hijo de un periodista y de una pintora.
Tanto en el teatro como en la novela, Jardiel reivindicó el humorismo como un género literario y no como un simple recurso estilístico. Toda su vida la dedicó a combatir a quienes consideraban el humor un género menor. Decía que el humor es propio de las personas inteligentes, por tanto no está al alcance de cualquiera, y que es la mejor herramienta para reírse de uno mismo —sabia terapia— y criticar a la sociedad. Jardiel Poncela se reconoció discípulo del gran Ramón Gómez de la Serna. Las vanguardias, especialmente el surrealismo, se aprecian en su obra, por ejemplo, en el empleo de lo absurdo.
Jardiel perteneció a la "otra" generación del 27, tal como la definió José López Rubio en su discurso de ingreso en la RAE el 5 de junio de 1983. A este grupo de humoristas, en contraposición al de los poetas, pertenecieron, además del académico, Jardiel Poncela, Edgar Neville, Miguel Mihura y Antonio de Lara Tono. Elevaron el humor a cotas sublimes en la revista La codorniz.
Como todo humorista, Jardiel tuvo un fondo triste. Fue muchas cosas en vida; después de abandonar la carrera de Filosofía y Letras, se hizo periodista para luego convertirse en autor y empresario teatral, escribir novelas y trabajar de guionista en Hollywood. Nunca se casó, tuvo dos hijas (Evangelina y Mari Luz) y estuvo a punto de que los del Frente Popular lo mataran al inicio de la guerra civil. Escapó como pudo. Apoyó a Franco, razón por la que un grupo de exiliados republicanos boicotearon su temporada teatral en Montevideo, en una gira por Suramérica, en 1944.
Regresa arruinado a España; un año después le detectan un cáncer de laringe; sus últimas obras teatrales son un fracaso. Los dos últimos años de vida los pasa en la más absoluta miseria. Un joven actor, Fernando Fernán Gómez, descubierto por el escritor en los ensayos de Eloísa está debajo de un almendro, le presta ayuda económica. Referencias a este final doloroso se pueden encontrar en el Diario íntimo de César González-Ruano.
Jardiel Poncela muere en Madrid el 18 de febrero en 1952. Antes le pide a su hija Evangelina que mande escribir el siguiente epitafio en su nicho: "Si queréis los mayores elogios, moríos". Conocía demasiado bien a sus compatriotas. No acabó siendo aceptado ni por unos ni por otros: era antisocialista y anticomunista (razones no le faltaban), pero su vida privada y su libertad creativa chocaban con el nacionalcatolicismo del régimen franquista. Sufrió también la censura.
Más de setenta años después de su muerte, Jardiel sigue vivo. Sus obras teatrales Eloísa está debajo de un almendro y Cuatro corazones con freno y marcha atrás son lecturas obligatorias en institutos. Sus novelas seducen a un público joven. Las acusaciones contra su persona -que si era misógino, que si era franquista, que si, etc.- no han impedido que se haya convertido en un clásico. En cambio, ¿quién se acuerda hoy de José Bergamín, coetáneo suyo?
Jardiel tiene duende, la virtud de hacernos felices al leerlo, y eso está al alcance de muy pocos escritores, de una estirpe de elegidos por la mano de ese Dios que se paseaba por la Gran Vía, entre los vítores y los aplausos de la gente.